
Cómo transformé mi físico mientras me adaptaba a la paternidad
Convertirme en padre por primera vez fue una de las experiencias más transformadoras de mi vida, no solo a nivel emocional, sino también físico y mental. En este artículo quiero compartir cómo logré un cambio físico notable sin recurrir a dietas restrictivas, entrenando solo tres veces a la semana y lidiando con los desafíos de la paternidad.
Mi punto de partida: entre el cansancio y la motivación
El año en que nació mi hijo fue caótico y lleno de aprendizaje. Noches sin dormir, nuevas responsabilidades y una agenda más apretada que nunca. Sin embargo, como entrenador personal, sabía que dejar mi salud y mi físico en un segundo plano no era una opción. Querer ser un buen padre también significaba cuidarme para poder estar presente con energía y vitalidad.

Los desafíos de la paternidad y el entrenamiento
Conciliar las exigencias de la paternidad con el entrenamiento fue complicado. Había días en los que apenas dormía 3 o 4 horas, pero aún así me esforzaba por entrenar. Esto me obligó a optimizar mi enfoque, adaptando mis estrategias a una vida más impredecible.
Mi historia con la salud y el fitness
Antes de ser padre, había probado muchas estrategias para mejorar mi físico: entrenamientos intensivos, dietas restrictivas y una atención extrema a la alimentación. Obtenía resultados a corto plazo, pero nunca me sentía realmente satisfecho. La mentalidad “todo o nada” me atrapaba constantemente: «La próxima semana empiezo de verdad», «después de las vacaciones me pongo en forma»… pero esos momentos perfectos nunca llegaban. ¿te suenan esas frases?
La llegada de mi hijo, me forzó a cambiar de mentalidad y adaptarme a la realidad.
Estrategias que hicieron la diferencia
Déjame resumirte los 4 puntos que fueron claves para mi cambio físico en medio del caos de un recién nacido, ser autónomo y una reducción del tiempo y energías considerable.

1. Entrenar la mentalidad
Mientras buscaba soluciones, me inscribí en una certificación de Precision Nutrition. Cuál fue mi sorpresa que los primeros meses no trataban de nutrición en sí, sino de mentalidad de cambio, planificación, priorizar y tomar acción. A veces buscamos la dieta ideal o la fórmula de la alimentación pero esto era mucho más profundo y practico.

Hay un versículo en la Biblia que me gusta mucho: “ El éxito radica en la acción sabia y bien ejecutada” Eclesiastés 10:10 y antes dice: “si el hacha pierde su filo y no se vuelve afilar, hay que golpear con más fuerza”. (por cierto esto es mi versículo del 2025 para motivarme) Así que en lugar de utilizar la fuerza de voluntad y la paciencia, ¿no es mejor utilizar estrategias y el entorno para que te ayuden?!
Empecé a aplicar principios y estrategias antes que depender de mi fuerza de voluntad o seguir reglas estrictas para mi dieta. Por ejemplo: Primera Ley de Berardi: “Si un alimento está delante de ti preparado para comerlo, al final lo vas a comer”. Esta estrategia me ayudó muchísimo a no depender de mi fuerza de voluntad. Alejar de mi vista todos los alimentos que no me ayudaban con mi objetivo de cuidarme y poner a mí vista todos los alimentos que me ayudaban con mi objetivo.
También aprendí a evitar el «todo o nada». Si mi meta era entrenar tres veces a la semana y solo lograba una, en lugar de frustrarme, celebraba esa sesión y analizaba qué podía mejorar. Así que “no hay fracaso, es solo feedback.”
2. Crear un entorno de apoyo
El cambio no solo dependía de mí. Para mantenerme constante, necesitaba apoyo. Hablé con mi pareja sobre mis objetivos y juntos encontramos soluciones para que pudiera entrenar sin afectar nuestras responsabilidades familiares. Si en casa hay dulces, snacks y tentaciones constantes, sería más difícil mantener una alimentación equilibrada. Un entorno alineado con mis objetivos fue clave.

3. Mantenerlo simple y sostenible
La simplicidad fue mi gran aliada. En lugar de enfocarme en un plan riguroso, construí hábitos sostenibles:

- Comer más despacio y con atención plena.
- Comer hasta sentirme satisfecho
- Asegurarme de incluir proteínas y verduras en cada comida.
- Priorizar carbohidratos integrales y grasas saludables.
- Comer el plato balanceado
- Planificar las comidas para evitar decisiones impulsivas.
- Entrenar aunque fuera solo 20 minutos cuando el tiempo escaseaba.
- Tener una vida activa y menos sedentaria (antes caminaba de 3-4 mil pasos al día pero lo subí por encima de 8 mil)

Pequeños cambios constantes fueron más efectivos que intentarlo todo de golpe.
4. Seguir un plan de entrenamiento bien diseñado
Acompañar estos hábitos con un entrenamiento estructurado marcó la diferencia. Me enfoqué en un programa de fuerza con kettlebells, optimizando el tiempo de entrenamiento sin necesidad de largas sesiones en el gimnasio.

Aunque soy entrenador, también necesito ser guiado, rendir cuentas y comprometerme. Tener un programa de entrenamiento bien diseñado me ayudó a evitar la improvisación y a mantenerme constante y progresar.

Mi fase de mantenimiento y lo que he aprendido
Hoy, con hábitos sólidos y una mejor relación con la alimentación y el ejercicio, disfruto de mayor libertad. Si en algún momento decido seguir una dieta más estricta para un objetivo específico (como una competición o una meta estética), lo hago desde la seguridad de que tengo las herramientas para manejarlo sin frustraciones ni extremos.
La mayoría de las personas empiezan al revés: saltan a dietas rígidas y planes complicados sin construir primero la mentalidad y los hábitos básicos. Esto solo lleva a frustración y abandono.


Si hay algo que aprendí con esta experiencia es que la clave del cambio no está en la perfección, sino en la consistencia. Pequeñas acciones diarias crean grandes resultados.
Si tú también estás en una etapa desafiante de tu vida y quieres mejorar tu físico sin sacrificarlo todo en el intento, empieza con pequeños cambios sostenibles. La transformación llega con el tiempo, la paciencia y la estrategia adecuada.
